Boys Say Go!

18:33 Esther Morales Hernández 0 Comments

Fragmento final de La Bayadére. MARTA ROSETTI
Entretenido programa el escogido por la Scuola di Ballo Accademia Teatro alla Scala para presentar a algunas de las futuras estrellas de la compañía en los Teatros del Canal de Madrid. Kylián, Petit, Preljocaj y Petipa firmaron una velada que conquistó a los férreos defensores del ballet clásico y quizás no tanto a los más contemporáneos.

Se puede comprobar el poder de convocatoria que tiene un nombre como La Scala cuando su cantera logra reunir a tal cantidad de público en un solo fin de semana. Y es que se ha reducido tanto el programa de clásico en la capital que muchos tenían ya mono de tutús y, también es cierto, mucha curiosidad por ver qué harían estos portentos de la danza en el escenario.

Bajo la dirección de Frédéric Olivieri, la Escuela de Ballet de La Scala es una de las pocas que a estas alturas ofrecen la doble especialización, en danza clásico-académica y moderno-contemporánea, algo que sorprende dado el panorama de especialización extrema que se lleva a cabo en otras academias de Europa como, sin ir más lejos, el Real Conservatorio Profesional de Danza de España.


La sesión presentada por los estudiantes de La Scala este fin de semana incluía cuatro piezas. El grandísimo arraigo de la escuela italiana podía verse en cada uno de los movimientos de los bailarines, cuya corta edad no les impedía tener una fuerte presencia en escena. Brazos largos y estilizados, ritmos algo más acelerados y elegancia y sobriedad en sus torsos son solo algunos de sus sellos de identidad, necesarios también para el reconocimiento de una institución como esta.

Destaca el teatro milanés por los intérpretes masculinos que han pasado por su compañía de danza a lo largo del tiempo. Sus dos estrellas actuales, Roberto Bolle y Massimo Murru, son una grandísima muestra de la apuesta que se hace desde la Academia por formar a los mejores. Bailarines mucho más maduros a nivel artístico contrastaban en la actuación de anoche con unas bailarinas algo nerviosas y excesivamente pendientes de la limpieza técnica, lo que quizás hizo que fallaran en la interpretación del repertorio contemporáneo. 

Evening Songs, de Jiří Kylián. ACCADEMIA TEATRO ALLA SCALA
La velada la abrió la obra Evening Songs de Jiří Kylián, una delicia visual compuesta en 1987, con música de Dvořák, interpretada por tres parejas de bailarines. Es, según relata Francesca Pedroni, "un acercamiento entre lo masculino y lo femenino", sin grandes exhibiciones ni demasiada dificultad técnica, pero con una intención emocional que hizo difícil a los estudiantes conectar con el público. Fue en este momento de la actuación en el que se hacía más latente la diferencia de nivel entre los chicos y las chicas de la academia, pues en cierto modo fueron ellos los que lograron darle cierto color y calidez a una sucesión de pasos vacíos.

Gymnopédie, de Roland Petit. MARTA ROSETTI
El poema de Roland Petit a la música de Erick Satie fue probablemente el punto más fuerte de la noche. Las tres Gymnopédies no permitían al espectador apartar la vista del escenario, sobre todo con la interpretación del primer solista, cuya excelencia técnica y capacidad de emoción lograría que a muchos se les pusieran los pelos de punta. No extraña, por tanto, que este bailarín se llevara la mayor parte de los aplausos al final de la pieza.

Larmes Blanches, de Angelin Preljocaj. M.R.
Larmes Blanches, de Angelin Preljocaj, es la apuesta más arriesgada con la que contaba el programa. No se trata de su dificultad o su innovación dentro el campo de la danza, a nivel artístico es una obra duramente comprensible e incluso algo agresiva por el tema que plantea: "las trampas de la vida cotidiana en las que se deslizan las relaciones amorosas", según el programa del teatro. Los estudiantes de La Scala lo convirtieron finalmente en una historia abstracta con pasos ensayados que no mostraban virtuosismo alguno y que, según los comentarios posteriores, decepcionaron a más de uno.
El Reino de las Sombras de La Bayadére, de Marius Petipa. GIULIA LACOLUTTI
Durante la segunda parte de la actuación se pasó al clásico más pronunciado con la interpretación del último acto de La Bayadére, con coreografía de Marius Petipa y música de Ludwig Minkus. Se nota que es un área que dominan a la perfección en la Academia -pese a la inclusión del programa contemporáneo-, puesto que el cierre de El Reino de las Sombras se convirtió en un elixir perfecto que dejó contentos a los asistentes antes de partir hacia sus casas. No era, ni estaba cerca de ser, una actuación digna de una compañía, pero sí que sobrepasaba lo que se puede esperar de una escuela de ballet. Destacaban las líneas de ellas en cuanto a postura, aunque aún pueden mejorar mucho en la ejecución de los pasos. El bailarín que interpretaba a Solor, como ya se comentó, estaba completamente a otro nivel artístico, era capaz de disfrutar bailando y eso se hacía notar entre las reacciones del público. No hubieron grandes exhibiciones, pero es preferible pensar que aún hay que darles tiempo y que ir sobre seguro es toda una apuesta de futuro.

A grandes rasgos, merece muchísimo la pena ver este programa presentado por la Scuola di Ballo Accademia Teatro alla Scala. En cierto modo, es una introspectiva hecha a través de la Historia de la danza que justifica la necesidad de arte en la sociedad. Pocas veces una escuela lleva de gira a sus estudiantes teniendo éstos tan poca edad y esto debería servir para entender que la danza es una alternativa de formación tan válida como cualquier otra. 

Asimismo, también es interesante presenciar cómo van cambiando poco a poco los planteamientos en las academias, en las que piezas clave de la etapa contemporánea pasan a formar parte de la educación de los bailarines desde un principio. Cierto es que a muchos les falta experiencia para este tipo de repertorios y es obvia la comodidad que sienten con el clásico y no tanto con el contemporáneo, pero probablemente todo sea fruto de sus pocas vivencias. Las inquietudes más nuevas en danza requieren una mayor madurez mental que no se puede enseñar en una academia, sino que son necesarios algunos fiascos, sentimientos encontrados y un conocimiento absoluto del cuerpo que solo se termina de hallar después de años y años bailando. Sin duda alguna, hay talento, y ahora es el tiempo el que tiene que hacer su trabajo con todos ellos.

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