Bailarines con los que formar una familia. Irina Dvorovenko
Nunca me han entusiasmado las perfectas bailarinas de la escuela rusa. No se puede negar que reúnen una serie de condiciones físicas únicas y que nadie en el mundo tendrá jamás la misma presencia que ellas cuando interpretan un Lago de los Cisnes (obra que, aprovecho para confesarlo, me aburre soberanamente). Aún así, siempre me han transmitido más las interpretes de escuelas como la inglesa o la francesa, cuyos métodos suelen ser más vanguardistas que los tradicionales soviéticos.
Por supuesto, esta apreciación sobre los distintos tipos de enseñanza en el ballet no es más que una opinión derivada de mis gustos personales. En cualquier caso, con respecto a esta teoría considero que hay una excepción que confirma la regla, y su nombre es Irina Dvorovenko.
Lo que más me llama la atención de ella es que, pese a las apariencias, cuenta con una gran personalidad a la hora de destacar en los escenarios. Cierto es que no deja de ser una de esas señoritas de pies perfectos que tanto abundan en la Escuela de Ballet de Kiev, en donde comenzó sus estudios; sin embargo, su versatilidad para representar piezas de lo más dispares la han convertido con el tiempo en una de mis favoritas.
Entre sus papeles clásicos más memorables destacan el de Giselle, Gamzatti en La Bayadera, Odette en El Lago de los Cisnes o Swanilda en Coppélia; aunque también ha bailado importantes coreografías más contemporáneas como La Petite Mort de Jiří Kylián, Without Words de Nacho Duato o Splendid Isolation, una impresionante creación de Jessica Lang que comparto a continuación.
Dvorovenko está actualmente casada con el también bailarín Maxim Belotserkovsky, quien es desde hace ya varios años su eterno partenaire. Ambos aparecen en el siguiente vídeo creado por la marca de danza Bloch, en el que se habla un poco sobre sus orígenes y su trabajo actual en el American Ballet, así como de las necesidades y preferencias que tiene ella para elegir las zapatillas de punta perfectas.
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